De la Rue es una compañía inglesa con más de 150 años de trayectoria en el negocio de imprimir billetes. Venezuela fue tradicionalmente uno de sus mejores clientes, primero imprimiendo los billetes del Banco Central de Venezuela.

Tan buen cliente era Venezuela que en 1986 De La Rue dio los primeros pasos para instalar operaciones en el país. A la postre montó una planta en Barquisimeto de papel de seguridad y otros productos relacionados, la cual luego pasó a ser parte de una empresa colombiana.

Con el establecimiento de la Casa de la Moneda en 1992, De La Rue se convirtió en suplidor de papel y otros insumos para la planta del Banco Central de Venezuela, BCV. Pero la competencia en ese campo es mayor y De La Rue tuvo que reducir sus márgenes paulatinamente. Esto llevó a que, al menos en una ocasión, la calidad del papel entregado estuviese por debajo de las especificaciones demandadas por la Casa de la Moneda.

En 2010 estalló un escándalo al denunciar el banco central de la India una situación similar, y en el curso de la investigación se conoció que los resultados de las pruebas de calidad del papel que De La Rue entregó a la Casa de La Moneda habían sido falsificados. Esto motivó la renuncia de James Hussey, presidente ejecutivo de la empresa británica y la caída de sus acciones en un tercio.

Llega 2016, Nicolás Maduro se despertó y se dio cuenta que no había suficientes billetes en el país por su oposición a que el BCV emitiese billetes de mayor denominación. En ese momento el BCV llamó a De La Rue y a otras empresas, para que imprimieran de urgencia nuevos billetes pues la Casa de la Moneda no podía producir la cantidad necesaria y menos con la celeridad requerida.

Un año después, el BCV aún no pagaba la factura pendiente, lo que obligó a De La Rue a enviar una carta demandando el pago, en ese momento por cerca de 20 millones de dólares.

Ayer, la empresa informó en un webcast para analistas e inversionistas que la cuenta morosa del BCV alcanza cerca de 48 millones de dólares, dos terceras partes de la utilidad operativa del año pasado. Como consecuencia, nuevamente el presidente ejecutivo, ahora Martin Sutherland, se ve forzado a dimitir y las acciones cayeron un tercio de su valor. Pese a lo ocurrido, el ejecutivo saliente declaró que el BCV era un “muy buen cliente”, mientras que la tesorera mencionó que “ellos realmente quieren pagar la deuda”.