En las últimas semanas, pasé por una buena cantidad de cajeros automáticos en busca de efectivo. No hubo suerte. La mayoría de las veces que me acerco veo a la gente salir, guardar sus tarjetas de débito y sacudir la cabeza diciendo “no hay efectivo“
Una de esas veces, traté de estacionarme cerca del cajero automático, y el operador me advirtió que la tarifa era de 1.500 bolívares, solo en efectivo. Pasé un tiempo explicándole que estaba allí para obtener efectivo en primer lugar y no tenía forma de pagarle si no tenía éxito. Claramente ya lo había escuchado de otros antes y me cortó en seco: “Solamente efectivo”. A regañadientes, aparqué a un par de cuadras de allí.
Eso es lo que pasa con el dinero en efectivo en estos días en Venezuela: es inútil, excepto en algunos casos –algunos estacionamientos, gasolina y transporte público– en los que es la única opción. En algunas áreas, como el aeropuerto, hay registradoras separadas para el efectivo, lo que significa que tenerlo le otorga el súperpoder de saltarse filas compuestas por docenas de personas que usan tarjetas débito o crédito.
Este no es un fenómeno nuevo en Venezuela, donde el efectivo ha sido escaso durante aproximadamente tres años con pocos momentos de descanso; pero incluso con la llegada de nuevos billetes después de que el gobierno eliminara cinco ceros de la moneda en agosto, nuevamente estamos probando suerte en los cajeros automáticos.
Decidí visitar una sucursal bancaria escondida en el segundo piso de un centro comercial en el este de Caracas el martes y no podía creer lo que veía. No solo estaba entregando efectivo, sino que la fila era una espera manejable de aproximadamente 10 personas. Después de la habitual charla con la gente de la fila, donde en su mayoría se quejan de los precios (“¿Ha visto el precio de los refrescos en estos días?”), camino hacia la cajera del banco. Le entrego mi identificación y le digo: “Vine por dinero en efectivo”.
Ella asiente y me entrega un fajo de efectivo a través de la ventana, 6.000 bolívares que consisten en 60 billetes de 100 bolívares, sin siquiera haberle dicho cuánto quería. El efectivo es tan inútil aquí –la suma apenas ascendía a US$ 1–, que simplemente se asume que usted querrá todo lo que el gobierno permita.
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