La incipiente ruptura de la estructura militar que mantiene a Nicolás Maduro en el poder puede ser el principio del fin de la peor dictadura, después de la de Cuba, que denigra el panorama institucional en América Latina. Hubiera sido preferible que el presidente venezolano reconociera el fracaso de su régimen y restituyera la división de poderes, liberara a los presos políticos y se sometiera al veredicto electoral de la ciudadanía, en vez de recurrir a la represión a sangre y fuego de las protestas populares. Pero aceptar el libre pronunciamiento de su pueblo no entra en la concepción gubernamental del chavismo.
Perseverante en el desastre en que ha hundido a su país, Maduro descansa en el respaldo que por ahora le mantienen los altos mandos de las Fuerzas Armadas y en sus milicias armadas para aplastar todo amago de oposición.
Pero ese respaldo ha empezado a debilitarse. Por lo menos 14 coroneles y otros oficiales han sido arrestados bajo cargos de rebelión y traición. Su rebeldía y su traición fue expresar su descontento con los desmanes del régimen en dos áreas.
Una es la sangrienta represión de las diarias manifestaciones populares de protesta en ciudades de todo el país, que ya han costado 70 muertos en los últimos dos meses, centenares de heridos y más de 3.000 personas arrestadas. La otra es la convocatoria de una Asamblea Constituyente, dispuesta por Maduro con delegados elegidos a dedo para que le redacten una Constitución a su gusto para intentar eternizarse en el poder.
Después que la fiscal general, Luisa Ortega, otra figura del chavismo que ha rebobinado ante los excesos del gobierno, denunció como inconstitucional la convocatoria por no cumplir con los requisitos legales, Maduro anunció que someterá a aprobación popular en un plebiscito la Constitución a medida que quiere imponer. Pero el resultado de un plebiscito en la situación actual será siempre sospechoso, mientras Maduro siga rechazando la presencia de observadores internacionales independientes y el chavismo mantenga su control de las urnas a través de la obediente maquinaria electoral.
Los oficiales disidentes constituyen por ahora un grupo pequeño. Pero su actitud apunta al agrietamiento del respaldo militar que mantiene a Maduro en la presidencia. Incluso el plan del presidente y sus acólitos de poner el control de todos los resortes de actividad en el país bajo militares que considera leales, refleja el temor del régimen de estar perdiendo el único sustento de su permanencia en el poder. Si se extienden las protestas militares contra la tragedia humanitaria que ha desatado Maduro contra la población, llegará el momento en que su dictadura caerá por sí sola.
Este desenlace deseable no se avizora todavía. El dictadorzuelo caraqueño, que arremete a diario contra enemigos tan imaginados como gobernantes uruguayos, pese a que el Frente Amplio lo sigue apañando, ha rechazado todo intento mediador de personalidades mundiales, así como las presiones de varias naciones democráticas y de organismos internacionales. Convoca a la oposición al diálogo y, al mismo tiempo, lo torna imposible al rechazar de antemano toda medida que conduzca al restablecimiento del estado de derecho.
Pero si se extiende el descontento en las Fuerzas Armadas, es posible que Maduro y su entorno estén en camino de quedar solos, aislados y en la puerta de salida.
[Vía: El Observador]
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