Ya se ha entendido que la crisis venezolana no es solo un fenómeno endógeno, sino que tiene una poderosa connotación geoestratégica más que regional, porque ya es global.
La lucha por la recuperación de la democracia y las libertades fundamentales en Venezuela ha tenido sus mejores resultados en el mundo exterior. Cada vez más los venezolanos pintamos menos en este tablero donde se enfrentan las grandes potencias. Lo grave es que en este nivel la salida a la crisis y en particular a su impacto por la migración, no necesariamente pasa por la vuelta a la democracia.
La contienda ha sido y es muy dura. Más de lo que muchos puedan imaginarse. No se trata de confrontaciones que se midan por el sonido de los cañones pues la mayoría de las batallas se dan a sotto voce, por lo que hay que apreciarlas con “paciencia estratégica” y valorar los pequeños avances en el tablero internacional.
Los intentos de ganarnos el apoyo del mundo no comenzaron con la conquista de la Asamblea Nacional; pero el control de este poder obtenido en elecciones por una amplia mayoría le dio a la oposición un poder de privanza ante el mundo. Este poder fue aumentando en la medida que el régimen no permitía que ella actuara con autonomía. Así, incluso la OEA terminó señalando al régimen de Maduro primero como dictatorial y luego como usurpador al no reconocer su ascenso al poder el 10 de enero pasado.
El error de usurpar el poder sobre la base de unas elecciones no reconocidas por el mundo occidental y la bravuconada de retirarse de la OEA –total Cuba se retiró y no ha pasado nada, argumentaron-, les desarticuló a los chavistas su representación formal internacional. Y en un juego de mano, Guaidó los sorprendió con su proclamación como presidente encargado y se sacó de la manga un cuerpo diplomático – muy sui generis, por cierto- que ahora tiene influencia directa en más de 50 países y ha penetrado en algunos de los organismos regionales, como la OEA y el BID.
Cada vez más se entiende que el tablero internacional no se agota en la región y ni el asunto clave es solo la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales, elemento primordial en la formación y acción del Grupo de Lima (GdL). Ya se aprecia que esto no es un asunto endógeno de Venezuela que repercute en la región. No, este es un asunto que tiene unas cada vez más claras connotaciones geoestratégicas regionales y mundiales. Regionales pues como muy bien ha entendido EE.UU. –y lo comienza a entender el Grupo de Lima (GdL) – detrás de lo que pasa en Venezuela está Cuba, que junto a Nicaragua forman, como dijo John Bolton, la “troika tiránica”. Pero más allá ya hay un consenso en que las potencias extracontinentales de China y Rusia, así como otros “enemigos de EE.UU.”- como Irán y Turquía- están interesados en mantener a Maduro y su combo en el poder – ¿una nueva Guerra Fría? Ya el Grupo de Lima hace referencia a ellos en sus más recientes comunicados.
Ya no somos un tema regional sino global. Por eso en este tablero hay que jugar y hay que jugar recio. El que más lo hace es EE.UU. con sus sanciones personales y financieras. El Grupo de Lima, por su parte, ha sido tímido y sólo Canadá se ha adentrado en las sanciones personales, no obstante algunos otros países han establecido suspensiones de visas a prominentes figuras del régimen. Y aunque en el Grupo de Lima han hecho un llamado a restringir las “transacciones financieras y comerciales [del régimen] en el extranjero, que tenga acceso a los activos internacionales de Venezuela y que pueda hacer negocios tanto en petróleo, oro u otros activos”, esto no se ha apreciado.
Europa ha implementado también sanciones, pero se ha quedado un poco atrás. Incluso ha montado tienda aparte de EE.UU. y el Grupo de Lima, en especial en relación al tema de las negociaciones. Europa siempre ha insistido en el tema de las negociaciones mientras el GdL ahora las ve con reticencia pues “…las iniciativas de diálogo… fueron manipuladas por el régimen de Maduro, transformándolas en maniobras dilatorias para perpetuarse en el poder”. EE.UU. simplemente no confía en ellas.
Europa al no reconocer al régimen de Maduro creó un Grupo de Contacto (GdC) para fomentar un diálogo. En este grupo están los europeos y latinoamericanos (Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Uruguay). Claro que el objetivo es que se celebren unas elecciones presidenciales “libres y justas”, pero sin exigir el cese de la usurpación y gobierno de transición.
No parece probable que la Unión Europea asuma una posición más dura aún con los cambios que se han dado con el nombramiento del uruguayo Enrique Iglesias como asesor especial para Venezuela y el reemplazo de Federica Mogherini, por el español Joseph Borrell como Canciller de Europa. De Borrell conocemos su posición un tanto ambigua como Canciller español, al no reconocer a Maduro, pero mantener una relación fluida con el régimen – ¿realismo?
Como sabemos, los noruegos, apoyados por la UE y su Grupo de Contacto han venido promoviendo una mediación para acercar las partes en Oslo. También han saltado a la palestra los suecos y realizan reuniones en Estocolmo sin la presencia de los venezolanos, pero sí de diplomáticos de Rusia, la Unión Europea y el Grupo de Lima. Ahora también Rusia quiere participar y promueve negociaciones y elecciones como salida. ¿Qué tal?
Aunque en reuniones bilaterales entre potencias se trataba el tema -EE.UU. lo lleva a casi todos los foros y reuniones-, las potencias extracontinentales, que apoyan a Maduro, no participaban en foros para tratar el tema. Pero esta reunión en Estocolmo nos muestra que progresivamente la resolución de nuestra crisis se escapa de nuestras manos y que en su dimensión geoestratégica son las potencias las que tienen la voz cantante.
Perú acaba de convocar a una reunión de gobiernos para tratar el tema Venezuela- donde los nuestros no participarán. Una centena de ellos han sido invitados, incluyendo Cuba, China, Rusia y Turquía. Allí conversarán sobre la mejor manera de recuperar la democracia y examinar el impacto de la migración masiva.
Estos temas parecen complementarios, pero pudieran no serlo. En ambos casos se necesita una acción contundente de la comunidad internacional. El más lógico argumento es que para lidiar con la migración, lo mejor es la vuelta a la democracia en Venezuela. Pero pudiera estar buscándose otra alternativa: dejar a Maduro- o a su equivalente- en el poder jugando a la contención del fenómeno, estabilizando al régimen y aceptando otra Cuba en el continente; quizás más próspera, por nuestras riquezas naturales.
La lucha internacional ya no es algo subsidiario, es algo clave y como tal hay que enfrentarla profesionalmente.
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