Cientos de personas se agolpan en un espacio de poco más de siete metros de ancho. El calor es asfixiante, y no hay ni una sola sombra donde refugiarse. La presencia policial es intensa. “¡Al fin, llegamos!”, exclama una pareja, mientras unos agentes inspeccionan sus maletas. Acaban de cruzar el Puente Internacional Simón Bolívar, dejando atrás su país, Venezuela, para buscar trabajo en Colombia. Un camino que ya han tomado miles de sus compatriotas, huyendo de la crisis económica, la inestabilidad política y la inseguridad.
Cada día 25.000 venezolanos cruzan al país vecino. La mayoría recorren un camino de ida y vuelta. Acuden a Colombia para comprar los víveres, o medicinas, que no pueden obtener en su país. En ocasiones, también para recibir atención médica. Otros se quedan para siempre. Cada día que pasa son más. Lo que hace unos meses era un flujo gota a gota, ahora se produce “a chorros”, según José Ruiz, alcalde de Villa del Rosario, uno de los municipios cercanos a la frontera.
En Colombia viven ya más de 350.000 venezolanos, con o sin papeles, según las cifras oficiales arrojadas por el país de acogida. Dicha estimación es, para otras organizaciones, muy conservadora. Algunas, como la Asociación de Venezolanos en Colombia, hablan de más de un millón de migrantes.
Empresas en quiebra
Luis Dávila ha pasado a engrosar esas cifras. Cruza la frontera con aparentes señales de cansancio, pero con esperanza. En Venezuela, dice, ya no hay oportunidades para los empresarios como él. “Teníamos una comercializadora de zapatos al por mayor y quebramos. Antes de la crisis vendíamos de 1.200 a 1.300 pares semanales. Cuando cerramos no vendíamos ni 15 pares a la semana”.
Ha llegado a Colombia con su mujer e hijos, sin mirar atrás. “No pienso volver nunca. Al menos no hasta que esta gente (por el Gobierno venezolano) no se vaya”. Comenzará de cero otro negocio de calzado en el país vecino.
Junto a Luis, en la fila de recién llegados, se mueve inquieto Alí Prieto. Busca a una sobrina que está a punto de cruzar hacia Colombia. Él realizó el viaje hace unos meses, tras perder su empleo en la Administración. “Era funcionario en el Seniat, el servicio de aduanas e impuestos de Venezuela. Fui despedido por tratar de ejercer un derecho constitucional establecido en nuestra Carta Magna, que era votar para activar el referendo revocatorio y ver si el presidente Nicolás Maduro se quedaba o no”, lamenta.
“El difunto Hugo Chávez decía que el pueblo era quien tenía el poder de decisión, pero Maduro se ha burlado una y otra vez del pueblo venezolano”, añade.
Lanzadera hacia otros países
No todos los que cruzan quieren quedarse en Colombia. Muchos se ponen rumbo a países como Ecuador, Chile o Perú en cuanto cruzan la frontera. Allí hay mayores oportunidades laborales. “La crisis ha eliminado cualquier posibilidad de futuro. Yo soy ingeniero industrial. Voy a Chile porque es sencillo conseguir papeles y trabajo. Estamos tan mal que cualquier cosa es mejor. En Venezuela con el sueldo mínimo si acaso consigues comer”, comenta Mauricio Chacón, mientras hace fila para sellar su pasaporte en el lado colombiano de la frontera.
No hay más que echar un vistazo a las personas que aguardan en la larga cola para darse cuenta de que muchos no volverán. Les delatan las grandes maletas. Hay quien se ha llevado la casa a cuestas, y carga tres o más bultos.
Casas refugio
La llegada masiva de venezolanos ha comenzado a crear problemas en Cúcuta, la ciudad más cercana a la frontera. El principal problema es que los recién llegados cruzan sin apenas dinero, y no pueden desplazarse a otras zonas del país. El Gobierno colombiano es consciente de la situación, y está subvencionando billetes de autobús a otros departamentos. También a la frontera con Ecuador, permitiendo a centenares de personas continuar su viaje hacia el sur.
Muchos de los que se quedan en Cúcuta no tienen siquiera un techo donde dormir. Algunos encuentran refugio en una Casa del Migrante creada por la Misión Scalabriniana de la Iglesia Católica. Priorizan a las mujeres y a los niños. Reciben desayuno, comida, cena y una cama donde descansar. Es el caso de Lilian. Dejó Venezuela tras quebrar su panadería. Llegó a Cúcuta junto a su marido y su pequeña de 11 años, dejando atrás a otros dos hijos que siguen intentando ganarse la vida en el castigado país sudamericano.
Lilian vende ahora caramelos en la calle. Intentará conseguir un empleo en Colombia, con el objetivo de reunir el dinero necesario para viajar a Las Palmas de Gran Canaria, donde reside su madre desde hace 12 años. “Ella nos apoyan económicamente, pero eso nos alcanza solo para comer. Somos varios hermanos en Venezuela, y lo que ella reúne se reparte entre todos. Mis sueños se quedaron en el limbo. Cuando cerró mi negocio entré en un estado de depresión y de pánico y le dije a mi esposo que nos fuéramos. Vendimos todo, la moto, el ordenador, la ropa, los zapatos…”.
De poco les sirvió el dinero recaudado. La divisa venezolana se ha desplomado. El dólar se cambiaba a unos 8.000 bolívares el pasado julio. Ya se cambia a más de 25.000. “Cuando llegamos aquí nos dimos cuenta de que nuestra moneda no vale nada. Nos quedamos en la calle. Dormimos tres días frente al edificio de Migración hasta que conseguimos cupo en este refugio, mi niña y yo. Mi esposo sigue fuera”.
No ve solución a la crisis política de su país. “Ellos lo que han hecho es pelearse mientras en nuestras casas no hallamos qué hacer. He visto cosas muy deprimentes. La gente no deja siquiera que los mangos maduren. Las mujeres embarazadas comen mango verde con sal. Los venezolanos no estábamos acostumbrados a ese estilo de vida. Por lo menos no la clase media. Si no hubiésemos venido, yo habría muerto allí”.
Javier Moreno también espera estar de paso en Colombia. Sus hijos viven en EEUU y quiere llegar allí, pero antes debe conseguir un visado. Lo tendrá más fácil, cree, en territorio colombiano. Aguarda en la puerta del Hogar del Migrante a que haya plazas libres, para poder dormir a cubierto.
Dice haber dejado el país, en parte, debido a la represión. “Si somos contrarios a las creencias políticas o a las opiniones del Gobierno, ya dicen que somos oposición, y nos persiguen y nos maltratan. No creo que vuelva pronto. Los problemas van para largo. Aunque se fuesen quienes gobiernan ahora, la crisis no se soluciona de la noche a la mañana”, lamenta.
Huir de la violencia
Otros huyen de los altos índices de violencia registrados en Venezuela. Caracas es ya la ciudad con el mayor índice de homicidios por cada 100.000 habitantes del mundo, fuera de zonas de guerra. La inseguridad fue uno de los motivos que impulsaron a Estefan Hurtado a salir de su país junto a su hermana y los cinco hijos que juntan entre las dos. “A mí me da miedo salir a la calle. Por mi zona ha habido mucha plomazón (tiroteos). Han matado a gente. Entre amigos se ven en un sitio y se entran a puñaladas o a tiros. Era demasiado riesgo para los niños”, recuerda.
Ella también ha sufrido la crisis económica. “La alimentación de los niños se hizo insostenible. Hemos dejado de comer para que comieran nuestros hijos. Todo está carísimo. O comes, o te vistes, o compras medicinas, pero todo al mismo tiempo no se puede hacer”, explica.
La masiva llegada de venezolanos ha puesto en alerta al Gobierno colombiano. Tanto, que una delegación oficial visitó Turquía entre en 7 y el 14 de mayo para registrar el funcionamiento de los campos de refugiados sirios. El Gobierno dice tener “lista la logística” para actuar frente a una posible crisis de refugiados. La Administración construye actualmente un refugio en Cúcuta. Mientras, centenares de venezolanos duermen en las plazas públicas de la localidad, ante la incapacidad de las ONG de acogerlos a todos.
La mayoría se gana la vida pidiendo limosna o vendiendo refrescos y caramelos. No están en el mejor lugar para encontrar un trabajo. Cúcuta tiene la tasa de empleo informal más alta de toda Colombia, con un 68%. El Gobierno ha iniciado un programa para otorgar un permiso temporal de estadía a los venezolanos por dos años, con posibilidad de trabajar, para, entre otras cosas, impedir la desigualdad de condiciones con respecto a los ciudadanos locales.
Y es que parte de la población de la ciudad fronteriza se queja de que los recién llegados les están quitando el trabajo: “Al colombiano se le tiene que afiliar al seguro social para darle empleo. A algunos los están despidiendo para contratar a venezolanos, que cuestan la cuarta parte, y están dispuestos a trabajar las horas que sean. Eso sucede. No lo voy a negar”, admite Raúl, uno de los portavoces de la Asociación Venezolanos en Cúcuta.
Su organización organiza repartos prácticamente diarios de comida entre los venezolanos que duermen en las plazas, en los que colaboran económicamente empresas colombianas de la zona. La solidaridad ha acallado las quejas en Cúcuta. Muchos no están dispuestos a dejar que los recién llegados pasen hambre.
Nos ha tocado dormir en cartones y esquinas. No sabemos ni qué hacer. Pero siempre mejor esto que Venezuela. Nuestro país se acabó“Esto es un auténtico éxodo y el colombiano está respondiendo. Conozco personas que han invertido 100 dólares en refrescos y se los han dado a un grupo de venezolanos, sin esperar contraprestación, para que comiencen a comerciar”, desvela el voluntario, mientras reparte comida al centenar de personas que duermen en una rotonda cercana a la estación de autobuses de Cúcuta.
Robos y violaciones
Hace lo que pueden para paliar las dificultades de quienes han llegado buscando una vida mejor. Muchos han sido robados y agredidos durante las largas noches a la intemperie. “Para mí ha sido demasiado duro. Me violaron dos veces aquí”, recuerda Mer Orozco, una joven de 25 años, con absoluta calma. Dice haber borrado las agresiones de su mente para sobrevivir. “Me da miedo denunciarlo. Tengo demasiada familia que me quiere y me extraña, y no quiero perder la vida aquí”, explica, mientras pide dinero a los vehículos que pasan por la rotonda.
“Nos ha tocado dormir en cartones y esquinas. Ya los policías vienen y nos sacan de aquí, nos llevan con orden de registro. No sabemos ni qué hacer. Pero siempre mejor esto que Venezuela. Nuestro país se acabó. Era carnicero allí, pero la empresa donde trabajaba quebró. Mi familia sabe que yo duermo así, pero seguiré guerreando”, comenta Osmar Dávila sobre los cartones que le han servido de cama durante los siete días que lleva en Colombia. Tiene sueños, como todos sus compañeros. Sueños que, asegura, ya no puede conseguir en Venezuela.
[Vía: El Confidencial]
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