El deterioro de la situación política y social en Venezuela está llevando al país sudamericano a unas cotas de precariedad material e institucional que no hubieran resultado creíbles hace apenas pocos años. No hay prácticamente ningún ámbito de la vida cotidiana que no se vea marcado negativamente por la descomposición de un régimen que, lejos de buscar una salida dialogada y viable, se empecina en una peligrosa huida hacia adelante.
La celebración de elecciones locales el pasado domingo es un buen ejemplo de ello. El oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), liderado por Nicolás Maduro, proclamó su victoria en 142 de las 156 circunscripciones en las que está dividido el país. El Consejo Nacional Electoral —controlado por el Gobierno— recalcó la victoria “del pueblo”. Pero lo cierto es que el 72,6% del electorado decidió no acudir a votar.
Pero a pesar de registrar apenas este 27,4% de participación en el último proceso electoral, con más de tres millones de personas que ya han abandonado Venezuela —cuya economía lleva cinco años consecutivos de recesión— y algunos tristes récords mundiales como el de inflación, el presidente Maduro sigue enrocado en acusar a la conspiración exterior del fracaso de su gestión. Ni las continuas advertencias a mandatarios extranjeros ni las alertas sobre inminentes intervenciones militares foráneas van a enderezar una situación que hace ya demasiado tiempo dejó de ser preocupante y se vuelve cada vez más caótica.
En este contexto, se ha producido otra mala noticia para la libertad de expresión con el anuncio de que El Nacional —el último periódico independiente y crítico con el Gobierno de Maduro— no puede seguir produciendo su edición impresa debido a las constantes trabas que le impone la Administración chavista para la importación de papel. Desgraciadamente no se trata de una excepción. Alrededor de una quincena de diarios ya han seguido el mismo camino. Desde hoy, en los quioscos venezolanos solo podrán encontrarse medios controlados o afines al Gobierno.
No es de extrañar que ante la preocupante situación en Venezuela algunos políticos no venezolanos que en el pasado defendieron al régimen bolivariano consideren, acertadamente, que la actuación de Maduro no tiene disculpa alguna. Las declaraciones en el Senado del líder de Podemos, Pablo Iglesias —quien subrayó que “la situación política y social es nefasta”—, son otro indicativo más de que la deriva de Maduro está alejando incluso a quienes más han apoyado su proyecto frente a toda crítica. Iglesias añadió refiriéndose a sí mismo que “rectificar en política está bien”. Maduro debería haber hecho lo mismo hace ya mucho.
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