Esperar en Dios, sin perder la fe ni la esperanza. Así viven algunos venezolanos, con el anhelo de volver a ver a ese ser querido que desapareció en tierras lejanas, mientras escapaba de la crisis política y social que azota al país.

Es el caso de Miriam González. Su hijo Armando Arias, de 26 años de edad, desapareció en Cúcuta, Colombia, el 3 de mayo de 2019. Con una actitud tranquila, pero con la mirada perdida en el recuerdo de la última vez que supo de él, contó a El Nacional que todas las noches le pide a Dios que lo cuide y le abra los caminos para su regreso.

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Relató que Armando salió de su humilde comunidad en el estado Miranda hacia la frontera del vecino país el 3 de diciembre de 2018. Cuatro meses después, regresó para buscar a su esposa y a sus dos hijos.

“Él se fue por la situación de crisis, para tener un mejor futuro. Y cuando se estabilizó, volvió y se llevó a su familia. Eso fue el 18 de abril”, recordó. Sin embargo, a finales de ese mes fue detenido por funcionarios de la policía de Cúcuta acusado de trabajar en las trochas.

Armando y otro compañero estuvieron en una celda tres días. “Cuando salió, lo pusieron a limpiar el patio de la Comandancia y luego le dieron la boleta. La esposa lo fue a buscar, pero él le dijo que lo esperara en la casa porque de ahí se iría para allá. Ella se quedó esperando y nunca llegó”.

De acuerdo con el testimonio de la esposa del hombre con quien Armando fue detenido, ellos, al salir de la zona policial, tomaron un taxi. Mientras iban en el camino, llegaron varios motorizados, los hicieron bajar del carro y se los llevaron.

“Ella dice que se cansó de esperarlos. Dado que su esposo no llegó en la noche ni al siguiente día, comenzó a indagar. Le decían que los habían matado, entonces cuando ella preguntaba si habían visto los cuerpos, le respondían: ‘Me dijeron’. Y así corrió eso. Nadie los vio”, aseguró Miriam.

“Dentro de mí, sé que mi hijo está con vida”, dice la mamá de Armando Arias | Cortesía
Recuerda que cuando recibió la noticia de la desaparición de su hijo, sintió una presión por no saber nada de él, pero jamás sintió que estaba muerto como cuando le mataron a su otro hijo. “Dentro de mí, y todavía lo mantengo, sé que mi hijo está con vida”.

Miriam viajó hasta Cúcuta para saber de Armando. Al no recibir información en la Comandancia donde estuvo detenido su hijo, decidió ir hacia la montaña. Allí, habló con dos paracos, pero fue en vano.

“No sabemos nada de él y no pregunte más porque no le podemos dar información”, fue la respuesta que recibió. Luego le recomendaron que no cruzara más barreras porque la podía agarrar la guerrilla.

“En esos días caminé por otros senderos, avenidas, calles, visité la morgue averiguando y nada. Entonces me dijeron que él no está muerto sino que está entre los verdes, o sea, con la guerrilla”.

Con un fuerte dolor en el alma y una gran desesperación, regresó al estado Miranda, Venezuela. No denunció la desaparición de su hijo por miedo.

La desaparición forzada de migrantes es un fenómeno que ocurre en muchos países del mundo y existen diferentes factores que contribuyen a que se reproduzca.

Desde el año 2014, el Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones, ha registrado las muertes y desapariciones de más de 35.000 mujeres, hombres y niños en todo el mundo.

Sobre los migrantes venezolanos, la OIM registró, en el año 2018, 42 venezolanos fallecidos en su trayecto migratorio, de los cuales 20 murieron en ruta hacia Curazao y Aruba, y 22 mientras cruzaban la frontera con Colombia, en tránsito por ese país y Ecuador.

En lo que va de año, el número de muertos y desaparecidos asciende a 95: 84 en ruta hacia Trinidad y Tobago o Curazao, 9 en viaje por Colombia, Brasil y Ecuador, y 2 en la frontera entre México y Estados Unidos.

“El temor contribuye al silencio”
Ligia Bolívar, investigadora asociada del Centro de Derechos Humanos de la UCAB, aseguró a El Nacional que la desaparición de migrantes puede ocurrir en el marco del tráfico y trata de personas, durante los procesos de detención y deportación, o en medio de la captación a la fuerza por grupos armados irregulares.

En este último caso, Bolívar dice que no se denuncia por temor. “Saben que ese familiar está en manos de delincuentes y que cualquier denuncia pone en peligro su vida. Esa es la gran tragedia con este tema”, aseveró.

La investigadora puso el ejemplo del reclutamiento de jóvenes por parte de la guerrilla para el raspado de la coca, donde los ponen a trabajar en condiciones infrahumanas.

“Cifras sobre esto no existen, además porque las mismas familias tienen miedo de denunciar. La generación de temor contribuye al silencio”, agregó.

Bolívar también afirmó que los controles migratorios que han impuesto países como Ecuador, Perú, Chile y Trinidad y Tobago, además de no frenar la ola de personas que huyen de la emergencia, contribuyen a la desaparición, ya que muchos venezolanos ingresan por vías irregulares y eso supone algún tipo de riesgo adicional.

“Esto se traduce en la posibilidad de tráfico de personas, y en la necesidad de pagar sobornos para poder acceder a un paso fronterizo. Entonces, lo van a seguir haciendo, pero no por vías legales y con mayores riesgos para sus vidas. Las restricciones generan mayor riesgo de desaparición porque caen en estas redes”, señaló.

Así ocurrió el 16 de mayo del presente año. Ese día, Venezuela se estremeció con la noticia de la desaparición de 33 personas que viajaban de Güiria a Trinidad y Tobago en la embarcación Ana María.

En el grupo se encontraban seis miembros de una familia que viajó desde Maturín dos meses antes para embarcarse en el trayecto que les cambiaría la vida: Katerin Berra; Dylan Berra y Victoria Berra, de tres y cuatro años; Maroly Bastardo, Antonio López y Luis Guanipa.

Desde el comienzo, el plan era viajar en el bote de Juan Vegas, pero por problemas con el motor, se canceló.

Al ver la oportunidad de realizar el viaje con Alberto Abreu, no lo pensaron dos veces. Alejandra Peinado, prima de los desaparecidos, recordó que a las 8:00 pm de ese día recibió la noticia de que la embarcación no llegó a su destino.

“Mantuvimos la fe y pensamos que seguro se había retrasado porque paró en otro puerto. Pero nuestra desesperación creció pasada la medianoche y ellos sin llegar. Al otro día, se nos cruzó por la mente que se habían ahogado. Fue muy fuerte para nosotros. Pensábamos en los niños”, narró a El Nacional con voz entrecortada.

Pese a ello, mantenía las esperanzas porque su prima y la esposa de su primo tenían salvavidas, al igual que los pequeños. “Entonces, ‘ellos podían flotar. Los van a encontrar’, decíamos en ese momento, pero no fue así. En el mar no se halló nada”.

Fotografía tomada minutos después de salir de Güiria. Aparecen Katerin Berra y Maroly Bastardo con salvavidas | Cortesía familiares
Aseguró que fueron días y noches muy largas desde que decidieron viajar a Güiria para buscar respuestas. Recibían llamadas tras llamadas, pero ninguna con buenas noticias.

“Al pasar los días, ya sospechábamos que ellos no podían estar muertos y allí es cuando se conoce que el capitán del barco es el único sobreviviente y tiene antecedentes penales por la trata de personas”, aseveró Alejandra.

Sobre las investigaciones, afirmó que no ha pasado nada, nunca han recibido ningún tipo de respuesta por parte de las autoridades venezolanas ni trinitarias.

“Nos entrevistamos con la fiscal, fuimos con la Guardia Costera y hasta hablamos en el Cicpc, pero no nos ayudaron. Nos cerraron la puerta en la cara. Mis familiares en Trinidad fueron a la Embajada de Venezuela. Ahí les tomaron las declaraciones, pero tampoco les dieron respuesta. Nos decían que estaban haciendo la búsqueda, pero no era verdad”.

“No tiene perdón de Dios”
Tanto Alejandra como el grupo de familiares que la acompañó en el viaje hasta Güiria fueron amenazados de muerte. Ante el temor, decidieron regresar.

“Ni siquiera dijimos que nos íbamos, simplemente nos montamos en el carro y salimos de ahí porque corríamos peligro. Así estarán los familiares de los otros desaparecidos que viven en Güiria. No hablan, no dicen nada por miedo”.

A seis meses de la tragedia, de Alberto Abreu, capitán de la embarcación Ana María, no se sabe nada. Él fue rescatado por un buque que se dirigía desde Trinidad hacia Granada, donde lo internaron en un hospital.

Dos días después, se escapó. Sin embargo, apareció en un video en el que niega las acusaciones en su contra. Aseguró que el bote fue golpeado por varias olas, lo que provocó que se volteara.

Pero estas declaraciones son refutadas por los familiares de los desaparecidos: “Al escapar del hospital nos confirmó que está involucrado en la trata de personas. También las autoridades de Trinidad y Venezuela porque no hicieron nada para el rescate”.

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“Ese señor vendió a nuestra familia. No le importaron los niños. Mi prima estaba embarazada de ocho meses. En la embarcación también iba un primo de él y tampoco se conmovió”, dijo Alejandra.

Con un inmenso vacío y una gran desesperación por no encontrar respuestas, Peinado, al igual que Miriam, se aferra a Dios. Todos los días sueña con el momento en que sus familiares aparezcan con vida.

“Ya ha pasado todo este tiempo y las autoridades no han dicho nada. La familia siente un vacío, pero no perdemos la fe ni la esperanza de que ellos aparezcan”, finalizó.

Reporte de desaparecidos
Durante el proceso de investigación para este trabajo se consiguieron más de 10 reportes de migrantes venezolanos desaparecidos desde el pasado mes de mayo. Muchos aparecieron con vida, otro no corrieron con la misma suerte.

Carlos Javier González desapareció un día antes de su cumpleaños, el 17 de septiembre de este año. En medio de la desesperación, sus familiares publicaron fotografías del joven en todas las redes sociales por varias semanas sin imaginar que había muerto electrocutado en la funeraria donde trabajaba en Antofagasta, Chile.

“No pensamos nada malo porque él viajaba y viajaba. Creíamos que se había ido a otro país, pero al ver que ya no escribía, lo reportamos como desaparecido”, dijo a El Nacional una persona cercana a la familia.

Pero, en los primeros días del mes de octubre, recibieron por WhatsApp el mensaje de un joven en el que les notificaba la horrible muerte del venezolano.

“Enseguida busqué por Google la noticia y aparecía el mismo relato que me habían hecho. Escribí a los números de la funeraria y me confirmaron que sí era él el joven que murió”. La noticia derrumbó a la madre del venezolano, quien desde entonces le pide a Dios que le dé fuerzas para seguir adelante.

“Él tenía mucho por vivir. Mi Dios, ¿dónde estabas cuando te necesitó? Ese era mi guerrero… hijo, dejaste a un bebé que va a crecer sin tu calor, sin tu amor. ¿Por qué, mi niño? Dame fuerza, nunca te voy a olvidar”, escribió en una conmovedora publicación en Facebook.

FUENTE: EL NACIONAL http://www.elnacional.com/mundo/la-tragedia-de-los-migrantes-venezolanos-que-desaparecen-sin-llegar-a-su-destino/