El 4 de agosto vence el plazo (que ya fue prorrogado una vez) para que entre en circulación el nuevo cono monetario. ¿Qué ha pasado hasta ahora? Un cono. No han llegado, que se sepa, los nuevos billetes ni monedas. La inflación marcha a un ritmo tan vertiginoso que antes de su vigencia sus piezas ya han perdido cerca de la mitad de su valor.
Quitarle ceros a una moneda no sirve para combatir la inflación. En la América Latina hay una larga experiencia de fracasos. Me voy a referir a algunos casos específicos:
En Argentina, en 1970, al peso moneda nacional (como se llamaba la moneda del país) le quitaron dos ceros y le cambiaron el nombre a peso ley. En 1983 le quitan cuatro ceros más y pasó a denominarse peso argentino. En 1984 nuevamente le eliminan tres ceros y le cambiaron el nombre a Austral y en 1992 una vez más le quitan cuatro ceros y pasó a llamarse peso convertible. Un peso convertible de 1992 equivalía a 10 billones (millones de millones) de pesos de los que circulaban en la Argentina en 1970 y la inflación alcanzaba a un 3.000% al año.
El caso de Brasil fue similar. En 1967 a la moneda brasileña le quitan 3 ceros y le cambiaron el nombre de cruceiro a cruceiro nuevo. En 1986 le vuelven a quitar tres ceros y pasa a denominarse cruzado. En 1989 una vez más le eliminan tres ceros y le cambian el nombre a nuevo cruzado. En 1992 retoman el nombre de cruceiro. En 1993 nuevamente eliminan tres ceros y le cambiaron el nombre a cruceiro real; y en 1994 la nueva moneda pasa a llamarse real, que equivalía a 2.750 cruceiros reales. Un real de 1994 representaba 27,5 billones (millones de millones) de cruceiros de 1967. A pesar de todos esos cambios, la inflación en Brasil superaba 2.700% al año. Solo a raíz de la designación de Fernando Henrique Cardoso como Ministro de Hacienda y la implementación que hace del Plan Real, Brasil logra superar aquellas locuras. Eso le valió a Cardoso la elección y después reelección como presidente de Brasil. Y … le dejó la mesa servida a Lula.
Se dice que nadie aprende en cabeza ajena pero, en Venezuela, ya deberíamos haber aprendido de nuestros propios fracasos. Bajo el nombre de “reforma monetaria” en enero del 2008 el presidente Chávez le quitó tres ceros a la moneda que pasaría a llamarse “bolívar fuerte”, con lo cual anunció que se le daría un jaque mate a la inflación (de 17% para la época). Se le advirtió al presidente que perdería el tiempo.
El presidente Maduro, bajo el nombre rimbombante de “reconversión monetaria” y “batalla final contra la inflación”, anunció que para el 4 de junio entraría en vigencia el nuevo cono monetario eliminándole tres ceros adicionales a nuestro raquítico bolívar fuerte, que pasaría a llamarse “bolívar soberano”. El régimen no pudo cumplir y se vio obligado a aplazar la entrada en vigencia del nuevo bolívar soberano para el próximo 4 de agosto.
Corre un fuerte rumor de que la medida se aplazará para el próximo mes de diciembre, pero que en esa oportunidad, en lugar de tres, se eliminarán seis ceros a la moneda. Se trataría, de ser cierto, de una suerte de “requete reconversión monetaria”, que tampoco servirá para nada.
Las medidas de carácter cosmético no funcionan. La Asamblea Nacional acaba de anunciar que en junio la inflación alcanzó 128,4%. Para darnos una idea, en Chile la inflación de junio fue de 0,1%. O sea que Chile demoraría 107 años en acumular la inflación que Venezuela tuvo solo en el mes de junio.
En Venezuela, al igual que el resto del mundo, se utiliza el SAP (Systems, Applications, Products in Data Processing), que es un sistema informático que le permite a las empresas llevar su contabilidad y administrar sus recursos humanos, financieros, productivos, logísticos, etc. No puede operar con tantos dígitos. De hecho, el sistema financiero, incluyendo créditos, tarjetas de crédito, contabilidad y en la práctica toda la economía está colapsando ante la hiperinflación que nos agobia y que podría superar largamente el 100.000% en 2018.
No se trata de quitarle ceros a la moneda. Para enfrentar el problema se requiere un ajuste macroeconómico global, inconcebible sin un cambio previo del modelo económico y obviamente del modelo político.
– José Toro Hardy, economista.
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