#Un kilo de leche en polvo. Un kilo de carne. Una caja de arroz. Dos rollos de papel higiénico. Un paquete de fideos. Una botella de aceite. Un jabón para la ropa que también sirva para la ducha.

Esos son los elementos con los que un venezolano que cobra salario mínimo básico, como los jubilados, puede llenar una canasta de supermercado y entregar todo sus ingresos del mes al momento de pagarlos.

En enero, Nicolás Maduro, anunció un aumento del 50% del salario mínimo: pasó a ser de 40.638 bolívares, que corresponde a 56 dólares, según la tasa de cambio del Sistema Marginal de Divisas -un tipo de cambio oficial para fijar el precio de la mayoría de los bienes que comercializan en el país-; u 8,60 dólares en el mercado paralelo, donde se manejan la mayoría de las transacciones de los venezolanos.

Mientras tanto, la canasta básica familiar de enero fue de 468.878 bolívares, según el último informe del Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores de la Federación Venezolana de Maestros (Cenda-FVM), ante la falta de estadísticas oficiales desde 2014.

A esa cifra no se alcanza siquiera sumando el salario mínimo integral de 148.000 bolívares (el salario mínimo más un ticket de alimentación para hacer compras en supermercados o restaurantes) de tres personas.

Los precios están elevados, el desabastecimiento se siente y el sistema de “precios regulados” fracasó. Eso pudo constatar ‘La Nación’ en un recorrido por tres supermercados de distintos puntos de Caracas y a un local de Farmatodo, cadena de farmacias que vende productos de todo tipo.

A la hora de comprar los venezolanos deben contar con suerte. Por un lado para lograr entrar al supermercado y por otro lado encontrar lo que necesitan cuando sea el turno de mercar.

Para hacer frente a una inflación que, según el FMI, este año será de 720% y el próximo, de 2000%, el gobierno de Maduro lanzó en 2014 la Ley de Precios Justos, que pone un techo a los precios de productos de primera necesidad y un límite a la cantidad de bienes de este segmento que puede adquirir cada persona.

Los venezolanos que deseen comprar, por ejemplo, un kilo de azúcar a 400 bolívares, deben ir al supermercado el día asignado según el número de su cédula, hacer fila fuera del supermercado y esperar a que ese día haya repuesto de azúcar y que haya stock cuando logre entrar al local. Si esto no sucede, deben esperar una semana para volver a probar suerte.

De los cuatro locales recorridos en uno de ellos había azúcar, pero el paquete de 900 gramos costaba 4200 bolívares, más de diez veces que el precio real.

Esto sucede porque en los últimos meses, el gobierno comenzó a hacer la “vista gorda” y a permitir que los supermercados importen los productos por fuera de la tasa de cambio preferencial (Dicom) que ellos ofrecen para bienes “prioritarios” (hoy de 10 bolívares por dólar).

El economista Asdrúbal Oliveros, director de la consultora Ecoanalítica, explicó que hay “un acuerdo tácito” entre el Gobierno y los supermercados para que los empresarios puedan comprar los productos técnicamente regulados sin el subsidio oficial (es decir, a través del dólar paralelo), lo cual permite tener los productos en las góndolas pero a precios muy superiores al expuesto en la página de la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos.

“Al gobierno le conviene porque de alguna manera disfrazan la escasez”, agrega Oliveros.

Aun así, productos básicos de aseo personal, como shampoo, crema dental, desodorante, jabón o papel higiénico están ausentes en las góndolas.

En los cuatro sitios recorridos, solo en uno de ellos había papel higiénico -un paquete con dos rollos, sin marca, costaba 2500 bolívares- y en la farmacia un jabón para el cuerpo (3990 bolívares).

Qué se puede mercar con el salario mínimo en Venezuela

Según la lista de productos regulados, cuatro rollos de papel higiénico deberían costar 162,22 bolívares, y el jabón de baño, 139.

Respecto de la comida, la harina de maíz, indispensable en este país amante de las arepas, es la figurita más difícil.

“Llevo dos semanas que cuando llego a entrar al supermercado, el día que me corresponde, se acaba. Estamos comprando maíz en grano, lo serruchamos, lo molemos y lo usamos”, dice Mireya Amaya.

“El arroz también cuesta, pero el arroz lo consigues más bachaqueado (revendido en el mercado). La harina de maíz está muy difícil”, agrega esta mujer de 66 años, que incluso llega a hacer trueque con compañeros de trabajo para conseguir los productos que necesita.

[Vía: El Tiempo]