La calidad de vida ha desmejorado en el país, desde la muerte de Chávez y la elección de Nicolás Maduro en 2013 venezuela se ha ido desmoronando entre las penumbras del hambre, la falta de energía eléctrica y sanitaria.

Sobrevivir en medio de la crisis es uno de los desafíos por los que debe enfrentar Maria Isabel Sanchez, periodista que recide en Venezuela, “Kilométricas filas en los supermercados para comprar un litro de aceite, harina de maíz para las arepas o papel higiénico impactaron mi llegada. Eso y la sensación de estar siempre en peligro, acechada por un motorizado que me apuntaría con su arma para robarme el celular” asegura Sanchez.

El país se derrumbó poco a poco una anciana del barrio Petare que vive sus últimos años angustiada porque no halla medicamentos para su hipertensión y úlcera varicosa; y a la de Marling, a quien, sofocada con su barriga de siete meses, estallo en cólera cuando supo que se habían acabado los pañales que iba a comprar.

Los bultos de billetes devaluados acompañaban a quienes iban hacer mercado, “Admiré la Venezuela ingeniosa de Nancy, quien tomaba una lancha para ir mar adentro a captar la señal de Internet, pasar las tarjetas bancarias por el datáfono meciéndose al vaivén de las aguas, y cobrar a los clientes el pescado frito y las cervezas con cuya venta se ganaba la vida en un pueblito costero al pie de las montañas.” Sostiene Maria Isabel

La violencia crece en medio de la hiperinflación, esta el caso de Alejandra, quien a sus 14 años ya había palpado la violencia demencial en su barrio cuando vio a un amiguito matar de un tiro a otro; y a la del submundo mafioso, violento y caótico de Ender, un joven minero artesanal que sabe que, entre el oro, puede encontrar la muerte.

Maria Isabel sobrevivió a las marchas y contramarchas, las nubes de bombas lacrimógenas y atardeceres encendidos, a la hambre y la opulencia, todo por una relación masoquista de amor por su pueblo “Este es el país donde la retórica política aturde el día y la noche, el de los dramas insólitos y las angustias de nunca acabar. En mis años en Venezuela, siempre ocurría algo más y siempre era peor.”

Los periodistas en Venezuela suelen tener cortas noches de sueño, “mis compañeros del equipo fueron retenidos por militares o estuvieron asediados por los grupos armados civiles (colectivos) durante varias coberturas dentro y fuera de Caracas. Y me paralizaba durante unos segundos cada vez que oía en la televisión al presidente o a otro funcionario acusando de algo a la prensa internacional.”

Durante los repuntes de escasez, se tuvo que rastrear en el mercado negro el café, el azúcar y el papel higiénico de la oficina, o conseguir los huevos, el pollo o la carne para la casa en un estacionamiento a escondidas o en ventas de grupos de WhatsApp.

La ciudad es presa del temor a los «malandros» (delincuentes), con calles desoladas y oscuras desde las 7:00 de la noche en un toque de queda autoimpuesto, el caos de un país paralizado: enfermos sufriendo en los hospitales, gente desesperada buscando agua, trabajadores caminando kilómetros ante la falta de Metro.

En medio de lagrimas Maria Isabel abandonó su país, “El 1 de abril en madrugada, cuando dejaba definitivamente el país, alcancé a ver en los túneles que están camino al aeropuerto a gente con botellones recogiendo el agua que caía desde una naciente. Así di el adiós a una Venezuela en penumbras. Resignada, me dije: “¡No podría haber sido diferente!”.