Estados Unidos ha cambiado el paso en relación a Venezuela. El momento de la máxima presión para una caída abrupta del régimen chavista se ha agotado sin el resultado esperado y ahora las circunstancias conducen a una negociación entre las partes, según advertían los últimos días en Washington diversas fuentes consultadas. La tibieza de la mayor parte de la comunidad internacional a la hora de jugar a fondo la carta del reconocimiento a Juan Guaidódio aire a Vladimir Putin para pujar fuerte por Nicolás Maduro y con ello este mantuvo el respaldo del Ejército, así lo reseña  ABC.

Donald Trump ya ha reconducido la situación sugiriendo que Rusia ha dejado de ser una amenaza ante la cual EE.UU. deba actuar.  los soldados rusos habían abandonado Venezuela tenía esa finalidad. En realidad ese personal militar va y viene, y si en un momento dado un grupo mayor de ellos salió del país fue por falta de pago. El mensaje de Trump obligó a Maduro a pagar rápidamente el monto debido, ante el riesgo de que los generales chavistas asumieran que Putin le había dejado solo. Por su parte, Maduro ha señalizado esa recobrada «normalidad» abriendo de nuevo las fronteras con Colombia y Brasil, mientras que Guaidó, reticente a una negociación, ya ha admitido la posibilidad de un proceso encauzado desde Noruega.

En esa negociación, avalada internacionalmente en un proceso que para que llegue a buen fin debe ser más amplio y riguroso que las experiencias anteriores en la República Dominicana, Maduro puede lograr su máximo objetivo –mantenerse en el Palacio de Miraflores hasta la celebración de nuevas elecciones presidenciales; es decir, sin darse el cese inmediato de la usurpación, como reclama Guaidó–, mientras que la oposición puede aspirar a lo debería ser su absoluta línea roja: obligar a unas elecciones transparentes (mediante un consejo nacional electoral abierto, sin uso de máquinas de votación, con registro electoral revisado y público).

La Administración Trump, no obstante, está decidida a seguir quitándole el oxígeno a Maduro mediante la aplicación de sanciones, cuyo plena implementación debiera producirse a finales de julio. Como en todos los procesos de diálogo anteriores, el tiempo corre a favor de Maduro, por lo que esa presión internacional es imprescindible.

En apenas seis meses concluirá el mandato de Guaidó, quien a comienzos de enero debiera ceder el cargo de presidente de la Asamblea Nacional al dirigente de alguno de los partidos menores de la oposición, de acuerdo con el pacto establecido tras la victoria opositora en las legislativas de 2015. Aunque excepcionalmente se apruebe la renovación de Guaidó, en diciembre de 2020 debiera haber nuevas elecciones a la Asamblea, ocasión que el chavismo está esperando para intentar volver a controlar esa crucial institución.

Además, cuanto más tiempo pase, mayor será el éxodo de venezolanos dada la desmoralización de quienes habían creído en la ofensiva de Guaidó y el agravamiento de la situación por el efecto de las sanciones. Cuando más tarden las elecciones, mayor capacidad tendrá Maduro de controlar un electorado cada vez más reducido a las clases populares que comen de la «beneficencia» chavista y más argumentos en su mano para celebrar conjuntamente las presidenciales y las legislativas, acortando así el mandato de la Asamblea Nacional.